A menudo veía a un anciano que peregrinaba el mundo a paso lento
Con dos perros gigantes, uno de color negro y otro de naranja, que tiraban de su carro
Por la hilera de eucaliptus caminaba
Siempre callado, más taciturno que un caracol
La gente del pueblo se reía de su harapo
Y la gente de la ciudad ignoraba la presencia de él y sus perros
¿De qué vivía ese anciano?
Yo tenía cinco años; siempre llevaba una herradura imantada
Y me entretenía atrayendo polvo de hierro y clavos viejos
No jugaba con nadie, no hablaba con nadie
Pero terminamos sin conocernos más
Algunas veces, el anciano dirigía palabras a los perros
En una lengua desconocida para mí
Ambos perros abrían la boca y elevaban la mirada hacia su dueño
Parecían muy contentos de algo, moviendo el rabo
(Una traducción tentativa por Eiko Minami)